En el siglo XVI, recién descubierta América y con un mar aún por explorar casi en su totalidad, surgió un artilugio llamado “corredera”.
Este instrumento constaba de una placa de madera con forma de arco y un
peso en uno de sus extremos, de manera que flotara verticalmente en el
agua. Dicha placa se ataba a una cuerdecilla larga con varios nudos
equidistantes.
La corredera se tiraba al agua, y uno de los tripulantes del barco
utilizaba un reloj de arena para medir, en un determinado intervalo de
tiempo, cuántos nudos se desenrollaban.
Aunque al principio el intervalo entre nudos y tiempo no era un
estándar, a mediados del siglo XVIII se establecieron los nudos a 1/120 de una milla cada 30 segundos, esto es, 1,6 km/h, que es lo que hoy día se conoce como la milla náutica.
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